‘EL CEMENTERIO MARINO – HOMENAJE A PAUL VALÉRY’ EN EL CENTRO DE ARTE CONTEMPORÁNEO DE LA FUNDACIÓN ANTONIO PÉREZ DE LA DIPUTACIÓN DE CUENCA
28/09/12 al 25/11/12
El Centro de Arte Contemporáneo de la Fundación Antonio Pérez de Cuenca, espectacular edificio, antiguo Convento de las Carmelitas, acoge en sus salas principales de exposiciones temporales ‘El cementerio marino – Homenaje a Paul Valéry’ de Bikondoa. Al mismo tiempo, otros dos museos de la misma Fundación acogerán distintas series del artista vasco.
‘Bikondoa. A través del arte y el silencio, nos propone todo un viaje espiritual’, por Älvaro Bermejo (artículo publicado en el Diario Vasco)
El viejo chamán, Jorge Oteiza, lo hacía a través de sus cajas metafísicas. También Rothko nos desafiaba a asomarnos a sus enormes rectángulos negros como quien se adentra en una experiencia iniciativa. La pintura de Alfredo Bikondoa tiene algo de ambos, que ahora se completa con las cajas sumergidas de su Cementerio Marino. Descendimos por primera vez a ese mundo abismal en el Aquarium de San Sebastián. Hoy sus grandes muros totémicos anclados entre navíos malditos han encallado en las tres sedes de la Fundación Antonio Pérez, en Cuenca. A través del arte y el silencio, Bikondoa nos propone todo un viaje espiritual pautado por eso que Baudrillard definía como el intercambio simbólico y la muerte.
La crisis que nos abruma implica un naufragio global -un naufragio del sentido-. Es lo que se advierte en una primera confrontación con los lienzo alquímicos de Bikondoa. Muros de polvo de mármol, negros como la noche oscura, partidos por diagonales de una violencia extrema. Y, sobre ellos, manchas de colores que no pueden vivir juntos. Ese es el desafío. A medida que los ojos se adaptan a la penumbra, va despertando la fuente de luz interna que construye la armonía. Entonces descubres que eres tú quien está dentro del cuadro, en una playa desierta donde rompen las olas sucesivas del vacío y la plenitud. Pero también donde comienza un mundo nuevo.
Pollock aconsejaba a los jóvenes pintores que desertaran de las academias y vivieran experiencias cercanas al Zen. Tapies lo hizo al final de su trayectoria. Bikondoa antes de iniciarla. Esa respiración alienta, llena de desnudez y verdad, en toda su obra. No pinta para deslumbrar y ser celebrado por la crítica. En silencio, practica un arte total que nos lleva hasta el último peldaño, el de la experiencia íntima de eso que la tradición hindú llama la verdadera realidad. El budismo se refiere a la vacuidad fundamental. El Tao sentencia que de eso no se puede hablar. Para los grandes creadores de occidente, como para los místicos, esa realidad inefable coincide con el descubrimiento de su yo más puro y de la belleza absoluta, la luz que da sentido a la experiencia.
La visión iluminada, esa suerte de éxtasis que puede provocar la contemplación de ciertas obras maestras, no es ninguna frivolidad, sino algo tan necesario como el pan que nos alimenta.
Pintor exquisito y esencial, el mejor arte vasco contemporáneo nos espera allá, cerca de esa Ciudad Encantada a la que pertenece por derecho propio el arte de Alfredo Bikondoa.