‘ALFREDO BIKONDOA’ EN EL KOLDO MITXELENA KULTURUNEA DE LA DIPUTACIÓN DE GIPUZKOA, SAN SEBASTIÁN
28/06/06 al 26/08/06
Exposición individual del artista donostiarra en su ciudad natal. El Koldo Mitxelena acogerá las obras más recientes de Bikondoa.
‘La materia trascendida’, por Juan Pablo Huércanos, Koldo Mitxelena Kulturunea, Donostia, 2006
«Sólo pinto por una razón, para desarrollar la conciencia que ha de relacionarse con la realidad última», asegura Alfredo Bikondoa y la magnitud de su confesión fija con rapidez la seriedad del asunto, de su interiorización del hecho creativo, de la expresión directa de su posición en la vida, enfrentada, quizás, a la era de la levedad, como uno de los epítetos del presente milenio. «Para permanecer despierto en el presente continuo, manifestando la propia naturaleza esencial» continúa el pintor, agente de este proceso de transformación, herramienta también de creación de escenarios para ese desarrollo, luego compartidos por el espectador, que contempla e interioriza los resultados de ese proceso. Y que debe ser capaz de observarse a sí mismo apresado por la ilusión que produce la experiencia de las obras de arte de Bikondoa. Aunque, en el camino de ese tránsito, de ese traspaso, de esa trascendencia, ¿será que la ilusión no es tal y que deviene, finalmente, en revelación?
Resulta evidente que la transformación, como elemento resultante de la trascendencia de la materia pictórica, está presente en el trabajo de Bikondoa. El autor lo recuerda, incluso, en los títulos de muchas de sus obras: Portal, Puerta 5, El puente, Retorno, Puerta blanca Puerta negra, El paso, Puerta azul, Pasaje de la media luz, Pasaje, Puerta estelar.... Todos ellos remiten a ese camino de ida y vuelta, de entrada y de salida, de acercamiento a realidades contenidas en los márgenes de los cuadros, pero que se expanden silentes más allá de ellos. Y que albergan, incluso, los escenarios de lo intangible como elemento esencial. De nuevo, lo recuerdan sus nombres, las denominaciones estrenadas por el artista: La morada del ser, El país de así simplemente, Paisaje de las seis lunas, La morada del genio, La casa de pájaros. Fondos, moradas, países; espacios habitables para el refugio de la conciencia.
Pero no es válido tomar los títulos como elementos reveladores, no es ese el asunto; en Bikondoa primero es la experiencia y luego el lenguaje. Es, precisamente, el antídoto contra una de las recurrentes denuncias del autor, la de vivir en un mundo culturalmente ya configurado y del que sólo se llega a conocer los nombres que ocultan la verdadera naturaleza de las cosas. Volviendo a ese orden que prioriza la experiencia frente a la denominación, de la primera quedan las obras como testimonios de lo posible. De la segunda, la consciencia de que no hay forma de nombrar lo que no se conoce. Porque, ¿quién garantiza el éxito de tamaño propósito, el de desarrollar la conciencia que ha de relacionarse con la realidad última? Queda la alternativa de confiar en la propia afirmación del autor, la ratificación de que el objetivo ha sido conseguido, su confirmación de que la verdadera realidad, y no otra, ha sido desentrañada. Pero entonces, ¿para qué continuar? Sólo queda el hacer, no parece que haya otra alternativa posible para garantizar el éxito. «Entre hacer y no, prefiero hacer», ha repetido el artista en numerosas ocasiones. Porque es en la experiencia del construir, de crear espacios, de espaciar, donde adquirirán su forma precisa las superficies de lo esencial. Los cuadros no son sino los márgenes de un camino hacia esas profundidades, donde, quizás -aquí no hay nada garantizado-, se encuentre el refugio de la conciencia íntima, de su reflejo verdadero, capaz de aportar un alivio en su relación tirante con la vida. Porque, qué terror el de un mundo, el de un escenario de representación sin fondos, sin concavidades, en lo que todo se revele claramente iluminado, demasiado visible.