‘ALFREDO BIKONDOA: RETRATOS DE UNA FILOSOFÍA’ EN LA GALERÍA JEAN PAUL PERRIER FINE ART DE BARCELONA
11/03/10 al 30/04/10
Abstracción y figuración en Jean Paul Perrier Fine Art, Barcelona. La muestra recoge principalmente la reciente serie figurativa ‘Diez mil diosas’ de Bikondoa.
‘Un retrato de la nada’, por Alfonso de la Torre (fragmentos)
Retratar es, más que añadir, despojar. Es la propuesta de un viaje hacia la hondura de la consciencia, antes que el entretenimiento sobre el ornato de la superficie de las cosas.
Así lo entiende Alfredo Bikondoa, cuya particular galería de retratos de la nada mostrados en esta exposición en Jean Paul Perrier Gallery, eliminan por principio la totalidad de los signos que pareciere tradicionalmente consustanciales al rostro: ojos, boca o nariz, apenas gesto. Encarando, y nunca mejor dicho, un viaje melancólico hacia el rostro, más da sea propio o del otro, en un trayecto muy contemporáneo y no exento de entropía que muestra ese proceso de disgregación que, casi fatalmente, supone la percepción. El verdadero conocimiento, el que destila la inteligencia fina, supone, al cabo, llegar hasta el límite abordando, en irreparable aporía, una suerte de no-saber de la consciencia, que se convierte así, entonces, en elemento esencial de la verdadera pintura. Para Bikondoa, ‘ver’ supone distanciarse del objeto y ‘retratar’, antes que nada, obviar la piel de las cosas, planteando una tensión que frecuenta nuestro tiempo creativo, esto es, la resultante de un diálogo ciego que ancla su raíz en el debate conocido entre identidad y alteridad. (…)
Desde este punto de partida, noblemente nihilista, al afrontar su peculiar visión de la representación corpórea, Bikondoa obvia la engañosa plenitud de los signos de la piel, restando apenas, tras la dureza del forcejeo creativo, una superficie de evocación mineral como condición cuasi ineludible del retrato. Con algo de la música de la piel de los rostros del Giotto. Retrato reducido así a una suerte de fosilizado y silencioso polígono, un espacio que menciona en primer lugar la ausencia, sin eludir ‘mirar’ de frente. Quizás delimitado el retrato en ocasiones por el cabello, concebido éste al modo de la “diadema perfecta” que cantara Valéry, Monsieur Teste por cierto, en su “Le Cimitière Marin”.
Obviados en los retratos de Bikondoa los ojos que, sin embargo, ‘miran’ con descaro al espectador, este artista propone la cegazón de un retrato hurtado entre las sombras, pareciere concebido en un escenario de luces bajas, alejado de los “mentirosos colores” negados también por el poeta de Sète. Y su resultante es un deslumbrante rostro inmaterial, de una pureza indeleble, pincel prístino más de logos que de imago. Faz así convertida en pura luz: más transfiguración que representación. (…)
Como hiciere Bacon, también en sfumatto plantea Bikondoa algunos de sus retratos, que parecieren bañados con una cegada luz oriental que le es tan cara, llegando a veces, -como sucede en una de las obras de 2009 de la serie “Diez mil diosas”-, a punto de la desaparición. Un rostro convertido en un acuoso mar de color, de tintas navegando en el soporte. O, a veces, sus rostros son atravesados por la presencia de líneas que mencionan una vieja querencia por el cubismo y la signografía, quizás recuerdos ambos de sus tiempos parisinos. En el primer caso, así sucede, por ejemplo, en el muy hermoso, también terrible, “El loto en la ciénaga” (2008) y en el segundo, sugerimos contemplar su emocionante citada serie sobre las “Diez mil diosas” (2005-2009), conjunto esencial que compone una buena parte de los retratos mostrados ahora en Jean Paul Perrier Gallery.
Acullá, en una obra de la misma serie, su retrato muestra un delgado hilo de luz azul en la faz, que pareciera rememorar la pintura modiglianesca de cuévanos zarcos. Aquí, otros muestran, casi, la superficie blanca del rostro, la otra piel a la que se habitúa el pintor en la soledad del silencioso subsuelo de su estudio en Donostia. Blancura y vacío del espacio del soporte pictórico que contiene así -es sabido- la posibilidad de la nada. Viaje del blanco al blanco, del soporte a la nada de la nada. Como en la vida. Blanco como la sábana que será tela que abrigue, la primera piel del recién nacido, mas también sudario. Mencionando, al cabo, el sabido final del rostro. La expresión, recordaría el escultor de cuerpos retorcidos Hans Bellmer, es un dolor desplazado y el rostro, concebido por Bikondoa, adquiere en su aspecto de mudez su esencia más certera. (…)
Obsesión de un artista que buscaba, inencontrado, el retrato de un rostro. Retratándose con temblorosa verdad, por ende, en el camino.